Diarios y Dibujos


DIARIOS Y DIBUJOS EN PRISIÓN


1943-1944 Preso en Porlier y Carabanchel (Madrid)


En el diario que escribió ya en la cárcel, Manaut relata sus vivencias el día del juicio:

«Recuerdo muy bien; quizá lo recordaré siempre, aquel día, 7 de abril de 1943. Por la mañana trabajé, como de costumbre, en mi estudio, con el fin de dejar listos para su entrega, algunos lienzos. La hora de la comida: tenía frente a mí a mi madre; a la izquierda a mi hijo Ariel, a la derecha a Lita, mi esposa y, en sus rodillas, a la pequeña Stella. Según observó mi madre, mi aspecto era inmejorable: algunos baños de sol; recién bañado y rasurado, mi organismo respiraba salud, euforia física. Comí con excelente apetito. Mi estado espiritual paralelamente, era excelente. Una gran serenidad y una aparente alegría reinó durante aquella comida que, ¡Ay!, iba a ser la última que, en mucho tiempo, hiciera «en familia». Y, aunque en el fondo disfrutara del resultado favorable del «Consejo», mantenía la esperanza de que, aunque condenado, no sería otra vez encarcelado. Terminada la comida, me despedí de todos, naturalmente, sin dramatizar -siempre fui enemigo de lo teatral-, pero en el gesto de mi pobre madre leí su presentimiento.
Atravesé el Retiro, paseando lentamente bajo la sombra perfumada de los brotes tiernos recién nacidos; algunas acacias comenzaban a florecer y, por los macizos, brillaban las primeras flores primaverales; atravesé el viejo parterre con su gran árbol del amor, que comenzaba también a cubrirse de púrpura. De todo me despedía mentalmente. ¿Era un adiós o un ‘hasta luego'? No lo sabía».


La sensación que le produjo conocer la condena también quedó reflejada en su diario:

«Y, cuando, al oscurecer salí del edificio del Tribunal, condenado, y nuevamente detenido, entre dos números de la policía armada, mi esposa y mi hijo, que me esperaban con la ansiedad consiguiente, se dieron cuentan del lamentable resultado y exteriorizaron su desesperación; acompañáronme a la Comisaría del Distrito de   -45-   Congreso -en cuyo calabozo pasé una noche de prueba- y, en el vestíbulo, se despidieron de mí. Su congoja me destrozaba el ánimo, pero conseguí mantenerme entero, firme, y darles alientos, aunque, verdaderamente, aquellos instantes de la separación me laceraban como si cayeran sobre mis entrañas gotas de plomo derretido.
¡Hemos vivido siempre tan unidos! ¡Tantos momentos trágicos y gozosos, tantos avatares, nos encontraron siempre juntos, tan solidarios, que una efectiva separación nos parecía imposible!»


1943
DIARIO DE CARCEL - MANAUT VIGLIETTI
ICTERICIA
Prisión de Porlier - Enfermería - Sala general - 25 de Mayo de 1943

«Sí, perder la libertad es una de las mayores desdichas que pueden acaecer a un hombre, perder además, la salud es la desgracia máxima; sólo le resta ya descender un escalón, el último: la muerte.
Creo que todos los hombres han nacido para ser libres; que la libertad es para su vida moral como el oxígeno para su vida orgánica: imprescindible. Mas, seguramente, hay entre ellos, algunos, para los cuales la cautividad es particularmente penosa, bien porque su temperamento inquieto exija una constante movilidad, bien porque poseen una sensibilidad más afinada, más viva. ¿Me encontraré yo entre estos?
Cierto es que la capacidad de adaptación de los hombres es muy grande: yo espero, a pesar de todo, llegar a adaptarme a este existir infrahumano, gris, en el cual todos los días parecen idénticos, todos los actos están mecanizados y se lleva una vida latente de crisálida, de espora, de pólipo.
Sin la esperanza de recuperar, en un futuro próximo, la libertad perdida, sin la fuerza moral que me concede mi propósito constante de conseguir una perfección moral, es decir: ser cada vez más justo y más bueno, encontraría una inmensa dificultad para adaptarme, para conformarme.
»


Las comidas de la cárcel pronto hicieron mella y se produjo la reaparición de la ictericia, tal y como registra el pintor en una página de su diario:


«La comida era, para mí, fuente de angustia; mi voluntad, no obstante, me ordenaba nutrirme, y engullía alimentos en un estado de nerviosismo agotador; pero como las digestiones eran una tortura, llegó un momento que tuve que dejar de comer. Ayunos prolongados, laxantes, purgas: ¡todo inútil!
Hasta que un día los compañeros advirtieron que la córnea de los ojos, y la piel tomaban un tinte amarillento. El doctor confirmó: ictericia. Fui trasladado a la Enfermería».


Las horas muertas
Pasa otro día

«En el anochecer caliginoso, llega desde lo alto, amarilla y tenue, la luz eléctrica iluminando la masa compacta de los presos; carne sudorosa y doliente que se mueve sobre los petates, va y viene, o se inmoviliza tendida.
Fingen las conversaciones un rumor de colmena del que destaca algún canto monótono y quedo, y vibra el toque de "silencio", cuya última nota sostenida se alarga en un eco lúgubre. Poco después cesan paulatinamente los murmullos y los hombres se aquietan en la inercia del sueño. Las vueltas de la llave del cerrojo de la cancela repercuten en el corazón.
Enterremos las horas muertas del día que pasa, antes de entrar en la tregua del sueño, hasta el nuevo día. Sucesión mecánica de doce horas muertas antes de nacer.»


Las horas muertas
15 de Julio 1943

«Raudo transcurre el tiempo en la prisión, y parece mentira porque, cuando se vive tan a disgusto debería hacerse largo, interminable. ¿Por qué? Porque las horas pasan vacías, sin contenido: muertas.
¡Horas muertas!
Y, no obstante, ocurren cosas fuera y dentro de aquí.»






6 de marzo de 1944
El ratero

«Durante la formación del último recuento el guardián, -un joven que pasaba de justo- descubrió un preso que había robado una toalla en el retrete. Expuesto a vergüenza pública de la galería, el ladrón pasó entre los prisioneros formados; tenía un destino en el equipo de limpieza y fue desposeído.
Entre este hombre y yo habían existido siempre relaciones cordiales; me condolí por su desgracia -pués robar es una desgracia,- y no dejé por esto de saludarlo y tratarle como si nada hubiera sucedido. No conviene humillar a los hombres, ni tratarlos despectivamente porque existe el peligro de que el desgraciado se conforme con la condición a que se le relega y se haga efectivamente un ser depravado.
Un día, pasado algún tiempo de este suceso, me pidió un dibujo para escribir en él una felicitación a su hijita con motivo del cumpleaños de la misma.
No siempre puedo acceder a este género de peticiones, más hice una excepción gustosa con el ratero, precisamente por eso, por haber sido humillado en presencia de todos. Además ¡que extraña coincidencia! el tercer cumpleaños de su hijita era el 29 de Enero. ¡la misma edad y la misma fecha de nacimiento que mi Stella!
¡Pobre, humilde y humillado ladrón lleva tu emoción paternal al hogar triste huérfano de tu ausencia!»







Prisión de Carabanchel












7 de Mayo 1948
Exposición Nacional.



«Presenté dos cuadros a esta Exposición Nacional; me han aceptado uno, el menos importante, y rechazado otro. Han colocado el cuadro en uno de los peores sitios de la exposición, en un rincón de una especie de sala del crimen. Allí está, pobre, insignificante, rodeado de obras modestas, pero honrado, sincero y valiente. ¡Qué le vamos a hacer!
José Francés, Julio Moisés, Rafael Pellicer y Ramón Manchón que me conocen, así me han tratado. Lo tendré en cuenta, no para vengarme -lejos de mi conciencia tal propósito- pero sí para no tener nunca ningún género de atenciones con estos señores que tan poca consideración tuvieron con mis obras. En rigor lo sucedido tiene cierta lógica y quizá, pensando en que soy una especie de esclavo, no tengo motivo para quejarme.»